-Es muy emocionante saber que Dios guía a su pueblo y lo guiará hasta el fin -empezó el papá con la historia-, solamente nos pide que obedezcamos.
El pueblo de Israel se preparó tanto material como espiritualmente para pedir que la compañía de Dios continuara con ellos. El río Jordán en esa época no se podía cruzar, no había barcos para transportar a tanta gente, ni puentes de un lado al otro; tendría que ser a pie. Dios le dijo a Josué que los primeros en iniciar la marcha serían los sacerdotes que transportaban el arca de la alianza. A la hora señalada se inició el avance.
Los sacerdotes caminaron hacia el río, que se veía peligroso, pero caminaron con paso firme. En cuanto sus pies tocaron el agua, esta dejó de correr. Todos estaban mirando, pues se les había pedido que se mantuvieran como a un kilómetro de distancia de los sacerdotes. El río se quedó seco, ya que se dividió el agua. El pueblo fue testigo de que el mismo Dios que había separado las aguas del mar Rojo había separado ahora las aguas del Jordán. Luego empezaron a avanzar todos en forma ordenada. Los sacerdotes permanecieron en el centro del río, en terreno seco.
-Me imagino el asombro de la gente —comentó Mateo.
-Dios había hecho maravillas con su pueblo en el pasado, las hizo entonces y lo seguirá haciendo, de eso podemos estar seguros —concluyó el papá.
¿Sabías qué?
Doce hombres, uno de cada tribu, tomaron una piedra del río para erigir un monumento como recordatorio del cruce del Jordán.
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