Agranda tu tienda de campaña, extiende sin miedo el toldo bajo el cual vives. Isaías 54:2.
«¡Siéntate, jovencito! Cuando Dios quiera convertir a los paganos, lo hará sin tu ayuda o la mía». Estas fueron las palabras que el ministro bautista John Ryland dirigió a un jovencito zapatero remendón llamado William.
¿Por qué lo mandaron a sentar? Porque William creía profundamente que la Palabra de Dios debía ser predicada a todo el mundo. Pero esa idea no era popular en sus días. Los líderes religiosos creían que la Gran Comisión de ir por todo el mundo predicando el evangelio había sido encargada solamente a los apóstoles.
Lo que el pastor Ryland no sabía era que el jovencito a quien había mandado a sentar no era de esos que se rinden con facilidad. Aunque de origen humilde, desde temprana edad William Carey, que así se llamaba el jovencito, había desarrollado la capacidad de pensar en grande. Según Samuel Fisk, en sus ratos libres aprendió a leer la Biblia en seis idiomas diferentes (40 Fascinating Conversión Storíes [Cuarenta relatos fascinantes de conversiones], p. 31).
No dispuesto a abandonar la pasión de su vida, en 1792 publicó un libro en el que señalaba que la predicación del evangelio en otras tierras no era una cuestión opcional, sino una obligación. Luego predicaría su famoso sermón basado en Isaías 54:2: «Agranda tu tienda de campaña, extiende sin miedo el toldo bajo el cual vives». En ese sermón lanzó un desafío a la iglesia diciéndole que había que «intentar grandes cosas para Dios, y esperar grandes cosas de parte de Dios». El impacto del sermón fue tan grande que poco después, en octubre de ese mismo año, se fundó la primera sociedad misionera.
El 11 de noviembre de 1793, William Carey llegó a la India. Allí dio inicio a un ministerio que duraría cuarenta años. Durante ese tiempo, Carey tradujo la Biblia completa, o partes de ella, a 24 idiomas y dialectos, y miles de almas entregaron sus vidas a Jesucristo. Con razón se lo llama «el padre de las misiones modernas».
Se cuenta que en cierta ocasión uno de sus amigos se le acercó con una preocupación.
—William —le dijo—, al dedicarte tan de lleno a la predicación, descuidas tu negocio de remendar zapatos.
—¿Descuidar mi negocio? —respondió William, asombrado—. ¡Mi negocio es predicar el evangelio! Remiendo zapatos solo para cubrir mis gastos.
Señor que tus negocios sean siempre mis negocios.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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