No hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Mateo 10:26.
«¿No había suficientes hombres para que Dios haya tenido que escoger a una mujer como su mensajera? ¿Y no había suficientes australianas para que Dios haya tenido que escoger a una estadounidense?» Quien se expresaba así era Harold, un joven australiano que abrigaba serias dudas con respecto al don profético que Dios le concedió a Elena G. de White. Cierto día, Harold se enteró de que ella iba a hablar en una iglesia de Melbourne. Sin pensarlo dos veces, llegó allí muy temprano y se sentó en una de las primeras filas.
Después de que el pastor Arthur Daniells, el presidente de la Unión Australiana, la presentara a la congregación, la Sra. White se dispuso a hablar. Pero no pudo. Algo se lo impidió. Extrañada por lo ocurrido, la Sra. White examinó cuidadosamente los rostros de los presentes. Nuevamente intentó hablar. Tampoco pudo. ¿Qué estaba sucediendo? Nadie lo sabía. Entonces se dio media vuelta y, uno a uno, examinó los rostros de quienes la acompañan en la plataforma. Se detuvo en uno de ellos. Entonces se acercó al pastor Daniells, le dijo unas palabras y, en cuestión de segundos, uno de los oficiantes se puso de pie. Con rostro avergonzado, abandonó la plataforma mientras miraba con desprecio a la Sra. White.
En su asiento de la segunda fila, Harold se preguntaba qué estaba ocurriendo. Mientras tanto, Elena G. de White retomó su lugar detrás del pulpito, intentó hablar y... esta vez sí pudo hacerlo sin ningún problema.
¿Qué pasó realmente esa tarde? Según lo explicaron las autoridades de la iglesia, el hombre que abandonó la plataforma, Nathaniel Davis, era un colportor que tenía relación con el espiritismo y problemas de inmoralidad sexual. El asunto estaba claro: Dios no permitiría que la Sra. White hablara mientras Nathaniel Davis estuviera en la plataforma.
¿Y qué sucedió con Harold? Bueno, después de esa experiencia, nunca más dudó que Elena G. de White fuera mensajera de Dios. Años más tarde, el joven Harold Blunden llegaría a ser el director de publicaciones de la Asociación General (adaptado de Herbert E. Douglas, They Were There [Ellos estuvieron allí], pp. 70-73).
¿Qué aprendemos de esta historia? La lección que encierra el versículo para hoy: «No hay nada secreto que no llegue a descubrirse».
Señor, ayúdame a vivir de tal manera que no tenga nada de qué avergonzarme.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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