El que camina sobre las brasas, se quema los pies. Proverbios 6: 28
Cuando el Señor declaró que «cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón» (Mat. 5:28, NV1), ¿qué quiso decir con estas palabras? Tenemos que buscar la respuesta en el significado de la palabra codiciar. El término griego que Mateo usa en este pasaje significa «anhelar», «desear intensamente» (Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 326).
Ahora bien, ¿hay algún problema en admirar el físico de una mujer atractiva, o el de un joven bien parecido? Ningún problema. Dios es el autor de la belleza. Y nos creó con la capacidad de reconocer dónde hay belleza y admirarla.
Pero imaginemos ahora a Enrique mientras usa su control remoto para pasar de un canal de TV a otro. De pronto da con un canal que está mostrando escenas moralmente cuestionables. Se detiene allí algunos segundos. Lo que está viendo hace latir su corazón aceleradamente. Sabe que debería cambiar de canal, pero no lo hace. Entonces en su mente comienza a imaginar que es él quien acaricia el cuerpo de esa mujer. Sin darse cuenta, en solo instantes, Enrique ha sobrepasado los límites de la simple contemplación.
Algo similar le sucedió a Catalina, mientras hojeaba una revista de farándula, y vio a su artista favorito, que posaba escaso de ropas. Tanto Enrique como Catalina «caminaron sobre las brasas» y se quemaron, porque una cosa es contemplar la belleza del cuerpo humano, y otra muy diferente mirarlo con deseo sexual. Lo primero es admiración; lo segundo, «pecar en el corazón».
¿Dónde comienza el problema? En los ojos. Los estímulos que percibes a través de tus ojos van directamente al cerebro, donde la información se registra y procesa como si estuviera ocurriendo en la realidad. ¿Y dónde está la solución? Con el poder de Dios, tenemos que proponernos, al igual que Job, hacer un pacto con nuestros ojos, para no mirar codiciosamente a ninguna otra persona (ver Job 31:1). Por supuesto, solo Dios puede darnos ese poder. Y si es así, ¿por qué no pedírselo ahora mismo? Él gustosamente nos lo concederá.
Padre celestial, dame ojos como los de Cristo, para no mirar con deseo a ninguna persona.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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