Su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo pidan. Mateo 6:8.
«Señor, ¿por qué permitiste que mi sueño se derrumbara en forma tan miserable? ¿Por qué no me diste al menos una señal?» Quien así se expresa es Claudia, una joven recién egresada de la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas de una universidad privada. Su sueño consistía en comprar un apartamento tipo estudio para montar allí su agencia de publicidad. Pero ese sueño se evaporó cuando colocó su dinero en manos de un estafador. No sabemos qué respuesta le puede dar Dios a Claudia. Pero podemos imaginar que es la misma que quizás le daría a tantos otros: al joven que confió ciegamente en el amigo que lo traicionó; a la muchacha que muy tarde descubrió las verdaderas intenciones del don Juan que la enamoró. Esa respuesta es: «Tú nunca me lo consultaste».
Decidimos seguir adelante con nuestros propios proyectos sin consultar a Dios y, cuando fracasamos, se lo echamos en cara: «Señor, ¿por qué permitiste que su cediera esto?». Es muy sencillo: «Porque tú nunca me lo consultaste».
Esta realidad nos recuerda la experiencia del pueblo de Israel cuando fueron víctimas de los truculentos gabaonitas. Dice la Biblia que cierto día se presentaron ante Josué unos hombres que querían firmar una alianza con los israelitas. Alegaban provenir de tierras muy lejanas (ver Jos. 9). Y para demostrarlo, mostraron sus zapatos desgastados, sus ropas raídas y su pan mohoso. Habían oído que Dios destruiría a todas las naciones paganas que habitaban Palestina, y ellos no querían ser destruidos.
Josué los observó, les hizo algunas preguntas y, sin mucho protocolo, hizo pacto con ellos. Tres días después los israelitas descubrieron que los gabaonitas ¡vivían a la vuelta de la esquina! Los engañaron vilmente. Y todo porque no consultaron a Dios (Jos. 9: 14). Probable mente Josué y los líderes del pueblo razonaron que no valía la pena molestar a Dios por un asunto tan pequeño. Pero fue un error.
Si ahora mismo estás atravesando por alguna circunstancia que te está preocupando, oye esto: sea grande o pequeño, tu problema también preocupa a Dios. Por lo tanto, ¿por qué no llevarlo a él en oración? No pienses que importunas a Dios con tus problemas. Nada de lo que te afecta es insignificante o pequeño para él. ¿No es él, acaso, tu Padre celestial?
Padre mío, gracias porque te interesas en mis grandes problemas, y también en los pequeños.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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