«Libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia» (Romanos 6:18).
Nada de lo que hay en la creación existe de manera estrictamente autónoma. Todo lo que Dios creó está sujeto a un poder mayor. Por ejemplo, en nuestro planeta, todo está sujeto a la fuerza de gravedad y a la influencia del Sol. Cuando Dios creó los animales, los puso bajo el dominio o el poder del hombre. Asimismo, cuando Dios creó al hombre, lo puso directamente bajo su propio dominio. Por aquí entró el pecado en el mundo. Ya sabe, la serpiente le dijo a Eva que si comía del fruto no tendría que hacer lo que Dios quería que hiciese, sino que podría decidir por sí misma qué estaba bien y qué estaba mal.
Como todo el mundo quiere decidir por sí mismo, Adán se unió a la rebelión de Eva. Llegados a este punto, ambos pensaban que se habían liberado del dominio de Dios; pero, al desobedecer, en lugar de quedar libres, de inmediato se convirtieron en esclavos del diablo.
Recuerde esto, porque es importante: Cuando alguien que es esclavo de Satanás comete un pecado, lo disfruta. Sin embargo, si el pecado lo comete un siervo de la justicia, lo detesta y se arrepiente. Como siervos de Dios, nos encanta hacer su voluntad. A medida que nuestra vida se va llenando del Espíritu Santo, empezamos a tener hambre y sed de justicia, empezamos a detestar todo lo que no está en armonía con la vida cristiana práctica.
A medida que nuestro compromiso con Cristo se va profundizando y su extraordinaria obra de transformación avanza, no debería sorprendernos que todavía sintamos la tentación de hacer el mal. (Además de ser tentado en el desierto, Jesús fue tentado a lo largo de toda su vida y su ministerio.) Sin embargo, a medida que crecemos en la gracia, el pecado va perdiendo su anterior atractivo. En lugar de decirnos a nosotros mismos: «Ojalá pudiera hacer esto o aquello», descubrimos que el pecado nos produce repulsión.
A veces siento la tentación de hacer el mal. Pero qué alegría me da que, muy dentro de mí, soy capaz de decir: «¡No!». Para un siervo de la justicia, la tentación se vuelve cada vez más y más repulsiva. Comenzamos a reconocerla como un insulto a todo lo que Jesús hace en nuestra vida. Recuerde: «Ningún siervo puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Luc. 16:13). Basado en Lucas 16:13
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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