«Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí». Mateo 25:40
Tengo la convicción de que toda mujer que ama a Dios desea prestarle un servicio de excelencia. Pero también sé que muchas creen que, en medio de las faenas domésticas, no es posible llevarlo a cabo. Consideramos nuestras labores poco trascendentes, sencillas y de escaso valor. Pensamos que la educación de los hijos, el cuidado del hogar y la conducción de una familia son tareas de poca monta, y no nos sentimos eficientes en la obra de Dios. Sin embargo, la vida sencilla de algunas mujeres de Dios nos dicen lo contrario. Mientras realizaban sus deberes ordinarios, fueron llamadas por él.
María era una sencilla aldeana con una vida común y corriente, y Dios la llamó para ser la madre del Salvador. No era una mujer de mundo, no pertenecía a una familia de clase alta; era sencillamente una muchacha que tal vez ocupaba sus días con el trabajo doméstico. Lo que la hizo apta para el llamamiento fue la entrega total de su voluntad a la de Dios, por eso fue capaz de decir: «Aquí tienes a la sierva del Señor —contestó María—. Que él haga conmigo como me has dicho» (Luc. 1:38).
Pensemos en Dorcas, «la costurera de los pobres». La Biblia la define como una mujer que «se esmeraba en hacer buenas obras» (Hech. 9:36). Sus credenciales la acreditaban como una mujer que daba limosnas y cosía ropa para los desamparados. ¡Eso era todo! Una tarea aparentemente sencilla, sin embargo, fue tan grande su ministerio que su historia quedó registrada en el Libro de Dios. Cuando el Señor la llamó, la encontró con una aguja y un trozo de tela en las manos... ¡Nada más!
¿Dónde estás tú? ¿Velando la cuna de tu pequeño? ¿En la cocina, preparando los alimentos para tu familia? ¿Inclinada sobre el lavadero para lavar la ropa de tus seres queridos? ¿Con una escoba en la mano y procurando hacer de tu hogar un lugar agradable? Quiero decirte que es ahí, donde estás ahora mismo, donde Dios te usará.
Realiza tus deberes con responsabilidad, pues muy pronto, cuando Jesús venga, te será revelada la magnitud y el alcance de tu obra, aunque ahora la veas como algo insignificante. Solamente sigue el consejo divino: «Todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño» (Ecl. 9:10).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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