Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida. 2 Timoteo 4:8.
Mientras estaban sentados alrededor de la mesa de la comunión, Cristo habló palabras de interés intenso para sus discípulos. Pronto habrían de atravesar escenas que serían la prueba más severa para ellos. No solo vio claramente su propia humillación y sufrimiento, sino también vio el efecto que esto tendría sobre los discípulos. No los dejaría en tinieblas acerca de su obra futura…
Sabía que en su dolor serían asaltados por el enemigo, porque la astucia de Satanás tiene mayor éxito cuando se la emplea contra los que están deprimidos por las dificultades…
Durante estas últimas horas de dolor, Cristo les dijo a sus discípulos que en la noche de su juicio todos serían escandalizados por causa de él, y que lo abandonarían.
Les dijo que por algunos momentos después de su muerte estarían tristes, pero que su pena se convertiría en gozo. Les dijo que llegaría el momento en que serían echados de las sinagogas, y que los que los mataran pensarían que estaban sirviendo a Dios. Declaró con sencillez por qué les había dicho estas cosas mientras todavía estaba con ellos, para que cuando se cumplieran sus palabras, recordaran que él les había hablado acerca de ello antes que pasara, y así fueran fortalecidos para creer en él como su Redentor…
Las declaraciones de Cristo entristecieron y sorprendieron a los discípulos.
Pero fueron seguidas por la aseveración consoladora: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3)…
Estas palabras de consuelo no solo fueron dichas a los discípulos; también a nosotros. En las últimas escenas de la historia de esta tierra, arderá la guerra.
Habrá pestilencias, plagas y hambre. Las aguas de las profundidades rebasarán sus límites. El fuego y las inundaciones destruirán las propiedades y las vidas.
Debemos estar preparándonos para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para los que lo aman. Hay reposo para el conflicto de la tierra. ¿Dónde se encuentra?
“Para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. El cielo es donde se encuentra Cristo. El cielo no sería cielo para los que aman a Cristo si él no estuviera allí -Review and Herald, 19 de octubre de 1897.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
No hay comentarios:
Publicar un comentario