“¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! […] Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré […]; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo’ Isaías 14:12-14
Una tarde realicé una visita pastoral a una pareja de ancianos de mi congregación, varias veces bisabuelos por entonces. En una repisa se amontonaban fotos de la familia, llegando a retratos del colegio, contando todas ellas animadas historias de sus siete hijos y su descendencia. Al evocar los recuerdos, los ancianos progenitores llegaron al último retrato, su hijo pequeño. Se deslizó una nota de tristeza en la voz de la madre al hablar de su muchacho, que se había criado en el mismo hogar, con los mismos valores familiares que el resto, pero que, por razones que nadie conocía, había dado la espalda a todo ello. Los rechazó. Se rebeló.
Imagínate a esta familia congregada en una reunión para la cena de Navidad. Seis de los hijos y su prole han venido a casa para estar con mamá y papá. Hay carcajadas, sonrisas y gozo, apiñados todos alrededor de la mesa familiar. Pero, ¡un momento! Cuando papá se pone de pie para orar, ¿qué es eso que corre por la mejilla de mamá? ¿Una lágrima? Pero, querida mamá, seis de tus siete hijos han venido a casa; ¿no es razón suficiente para estar feliz? Sin embargo, todos conocemos la verdad universal. ¿Cómo puede estar feliz el corazón de una madre cuando falta uno de sus hijos?
Hubo una vez, hace mucho tiempo, un Padre perfecto y un hogar perfecto. Pero uno de los hijos se rebeló contra todo lo que representaba y valoraba la familia, dejando un corazón quebrantado y un hogar roto en un cielo ahora también roto.
No se puede contar la historia del Padre sin rememorar la historia de Lucifer. El mismo hogar, el mismo Padre, pero resultados tan trágicamente opuestos con el favorito de la familia, que secretamente codiciaba sentarse “en el monte del testimonio” (léase “el trono de Dios”). “¡Ah! ¡Si tan solo yo fuera Dios!”, susurró insidiosamente. Y el resto es historia: la desgarradora historia de un universo dividido y un planeta en rebelión.
Era el más elevado de los elegidos, pero escogió convertirse en antagonista. Y partió el corazón de nuestro Padre celestial, un corazón que aún llora por un muchacho que no vuelve a casa.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
No hay comentarios:
Publicar un comentario