“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3:16
Sé que no es una fiesta que se celebre en la iglesia, pero cuando éramos niños darnos unos a otros aquellas tarjetitas con los colores rojo y rosado el día de San Valentín, o día del Amor y la Amistad, era un pasatiempo favorito. Supongo que nunca llegamos a averiguar en realidad el significado de aquella pregunta inocuamente corta que garabateábamos con caligrafía de tercero de primaria en aquellos flácidos recortes con forma de corazón. No obstante se los entregábamos a todas nuestras amigas de la escuela: “¿Quieres ser mía?” Es la vocación de los elegidos, ¿no? “¿Quieren ser míos?” pregunta el Dios del universo, que lleva milenios intentando desesperadamente volver a ganarse el corazón de una raza desenfrenada y rebelde. “¿Quieren ser míos?” Bueno, es como si todos los hijos que Dios ya tiene alrededor de la mesa del comedor en el cielo no bastaran, como si nunca estuviera realmente feliz y contento de verdad hasta que digamos “Sí y también entremos y lo acompañemos. “¿Quieres ser mío?”
Cuando me enamoré de Karen, antes siquiera de llegar a conocerla, captar su atención era la preocupación máxima de mi corazón adolescente. Sabía que, cada día, cuando me dirigía al comedor de la universidad, ella salía de sus clases de enfermería y yo podía cruzarme con ella en la acera. Y, por eso, todos los días, en uno de esos tontos (pero efectivos) rituales de adolescente, yo bajaba la cabeza cuando la veía y hacía como que estaba absorto en mis pensamientos mientras miraba fijamente la acera delante de mí, pero maniobrando continuamente mis pasos para casi chocar directamente con ella. Entonces nos reíamos, yo me disculpaba por “no” haberla visto, y con su rostro fresco en mi mente, seguía mi camino. ¿Quién puede conocer “el rastro del hombre en la doncella” (Prov. 30:19, NC)?
Por otro lado, los caminos del Amor divino a veces son inexplicables, ¿no te parece? Ese Dios que, movido por su gran amor, deja su gran trono blanco para venir a nuestra tierra, oscura y caída. Todo, ¿para qué? ¿Para que tuviésemos ocasión de gritar a pleno pulmón “¡No tenemos más rey que César!” (Juan 19:15)? Y con ese feo estribillo repitiéndose dentro de él, este Dios rechazado va dando tumbos hasta el lugar de su ejecución. Y cuando tienden su cuerpo desnudo y lo clavan a aquel madero, con cada mazazo sobre aquellos clavos, se forja la pregunta para cuya formulación vino a la tierra: “¿Quieres ser mío?”.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
#ElSueñoDeDiosParaTi #MeditacionesMatutinas #DevocionMatutinaParaAdultos #vigorespiritual #plenitudespiritual #FliaHernándezQuitian
No hay comentarios:
Publicar un comentario