Booker T. Washington (1856-1915) nació esclavo en una plantación del estado de Virginia (EE. UU). Sin embargo, llegó a ser una figura de enorme relevancia como educador, autor, filántropo, político, profesor y consejero de la presidencia de su país. Luego de la emancipación de la esclavitud en 1865, el joven se abrió camino trabajando en la industria de la sal y en las minas de carbón para estudiar en la universidad.
Llegó a ser un líder de prestigio en la comunidad afroamericana y consiguió grandes logros en materia de igualdad social. Siempre decía que los oprimidos habían de demostrar «diligencia, economía, inteligencia y propiedad».
Algunos de sus congéneres lo consideraban demasiado blando por su estilo manso y suave, pero ello le valió para conseguir la simpatía de los afroamericanos y también de muchos blancos acaudalados que financiaron parte de sus cinco mil escuelas para la escolarización de los niños negros del sur, aparte de donaciones a las universidades de Hampton y Tuskegee, dedicadas a servir a los desfavorecidos.
Se cuenta que una vez este hombre humilde paseaba por Tuskegee, la ciudad donde estaba situada la universidad donde él era rector, cuando una mujer distinguida de raza blanca se acercó y le preguntó si quería ganarse algo de dinero llevando leña al interior de la casa. Sonriendo, el profesor accedió y se puso manos a la obra. Una niña lo reconoció y más tarde informó a la dama que aquel hombre era Booker T. Washington. Avergonzada, la mujer fue a visitarlo a su despacho para pedirle disculpas. La respuesta fue:
-No se preocupe. Me gusta hacer ejercicio físico de vez en cuando; además, ¡es siempre un placer ayudar a una amiga!
De aquel encuentro surgió una alianza que se tradujo en ayuda financiera hacia las instituciones que patrocinaba el señor Washington.
Se ha enfatizado mucho la importancia de tener una autoestima sana, pero algunos pueden confundirla con la altanería. El apóstol nos advierte que nadie tenga un concepto más alto de sí que el que debe tener.
Jesús nos invita a aprender de él y ser mansos y humildes (Mateo 11:29). Recuerda la ilustración de hoy y preséntate a los demás con mansedumbre y sin pretensiones. Los resultados pueden ser mejores de lo que te imaginas.
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