Tengo licencia de piloto. Es mi único logro real en la vida más allá de la vez que metí un hoyo en uno en minigolf. Lo que me avergüenza decir es que mi esposa no sube a un avión conmigo. No es que tema volar. Lori tiene decenas de miles de millas de viajero frecuente. Simplemente, no quiere volar conmigo. Si le pidiera que me explicara este prejuicio, probablemente diría: “No te ofendas, pero prefiero no estar muerta”.
A fuerza de insistencia, logré que volara conmigo en alguna rara ocasión, pero se pone nerviosa. En un aterrizaje, llegué a escucharla gritar antes de que el avión tocara la pista. No tenía razón para estar preocupada. Había un instructor en el asiento correspondiente.
Ese vuelo en particular era entre islas en Hawái. Para mí es asombroso ver ballenas desde el aire. Es prácticamente la única perspectiva desde la que puedes ver toda la longitud del animal y el ancho de las aletas de la cola.
En cierto momento del vuelo, pedí la cámara filmadora y abrí la ventana. Mientras el Cessna se ladeaba hacia un costado, filmé a una ballena gris ya su ballenato. Todavía recuerdo escuchar a mi esposa desde el asiento de atrás, preguntando con urgencia: “¿Quién está piloteando el avión? ¿Quién está piloteando el avión?”
Por favor, mi amor, pensé. Muestra un poco de confianza en tu esposo, quien ha recibido su licencia de la Administración Federal de Aviación.
Creo que la experiencia me ha dado un pantallazo de cómo se siente Dios cuando no confiamos plenamente en él. A él le gustaría que nosotros creyéramos que él tiene todo bajo control y que sabe lo que está haciendo.
Cuando los discípulos, llenos de pánico, despertaron a Jesús durante la tormenta en el mar de Galilea, él sonó un poco ofendido. “¿Por qué tienen tanto miedo?”, pregunto. “¿Todavía no tienen fe?”
¿Qué desafíos tienes para el día de hoy? Relájate y ponlos en las manos de Dios. Él no te dejará colgado.
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