¡Cómo lloramos! Imagino también que Adán y Eva lloraron cuando tuvieron que separarse de Dios y de su hogar en el Huerto por causa del pecado. Sus pies, posiblemente temblorosos, se encaminaron hacia lo desconocido, y su relación con Dios cambio de ahí en adelante. Tuvieron que despedirse del paisaje del Edén y de un estilo de vida que nunca volvería a ser el mismo.
La verdad es que no existe separación que no cause un impacto profundo en la vida del ser humano. Pero de todas ellas, la más impactante es la separación de Dios; el haber mantenido una relación estrecha con él y haberla dejado perder.
Isaías 59 nos habla de la triste realidad de la separación que se produce entre Dios y sus hijos por causa del pecado. «Las maldades cometidas por ustedes han levantado una barrera entre ustedes y Dios; sus pecados han hecho que él se cubra la cara» (vers. 2). Así como la separación en las relaciones humanas es, en la mayoría de los casos, ley de vida, en el caso de la relación con Dios toda separación se debe a una decisión de nuestra parte de alejarnos de él para vivir en pecado.
Leemos en la Biblia: «Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. ¡Límpiense las manos, pecadores! ¡Purifiquen sus corazones, ustedes que quieren amar a Dios y al mundo a la vez!» (Sant. 4:8). Y ese es el mensaje que quiero traerte esta mañana: no es necesario que exista una dolorosa separación entre Dios y tú. Él te pide que lo busques, que te acerques a él, tomando la decisión de amarlo por encima de todas las cosas. Elige entre los intereses mundanos o tu relación con Dios. Si lo eliges a él, él se acercará a ti.
¿Podrías imaginarte por un momento que tus oraciones no sean escuchadas? ¿Que un día lo busques y oculte de ti su rostro? Suena demasiado triste, ¿no es cierto? Pero no es necesario que eso suceda.
«Las maldades cometidas por ustedes han levantado una barrera entre ustedes y Dios; sus pecados han hecho que él se cubra la cara y que no los quiera oír» Isaías. 59:2.
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