miércoles, 30 de mayo de 2012

UN ATAQUE AL CORAZÓN



«Muchos males me han rodeado; tantos son que no puedo contarlos. Me han alcanzado mis iniquidades, y ya ni puedo ver. Son más que los cabellos de mi cabeza, y mi corazón desfallece» (Salmo 40:12, NVI).


Hoy vamos a hablar de algo muy triste. ¿Sabes lo que es un ataque al corazón? Cuando existe una enfermedad del corazón o el corazón está sobrecargado, este puede fallar. Algunas personas incluso mueren de un ataque al corazón. Esto es muy triste.
Es muy importante mantener nuestro corazón sano, pues es el encargado de bombear la sangre hacia todo nuestro cuerpo. Una de las maneras en que podemos mantener el corazón sano es haciendo suficiente ejercicio. Otra manera es evitando fumar y beber alcohol.
En el versículo de hoy David dice que su corazón desfallece porque sus pecados lo agobian. Se siente culpable y sucio por el pecado. Lo más seguro es que no estaba sufriendo un ataque al corazón, sino que sus pecados lo hacían sentirían mal que le dolía el corazón.
¿Sabes cuál es la solución al problema de David? El perdón. El perdón de Dios puede limpiarnos y evitar que nos duela el corazón. Todavía tenemos que arreglar las cosas con aquellos contra quienes hemos pecado, pero, ¿no es reconfortante saber que Dios nos perdonará completamente? Eso sí hace que mi corazón se sienta mucho mejor

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LAS ORACIONES DE UNA MADRE


Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba: «¡Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas!». (Proverbios 31:28-29).

Se han escrito muchas cosas bellas acerca de la madre, ese ser que incluso está dispuesto a entregar su vida por sus hijos. El célebre educador Domingo Faustino Sarmiento dijo que «la madre es para el hombre la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón, como las raíces al suelo». Muchas destacadas personalidades rinden homenaje a sus madres al evaluar los triunfos y logros que han alcanzado.
Nosotros éramos una familia numerosa de catorce hermanos. En mi país se vivieron tiempos difíciles durante la década de los ochenta, ya que una guerra civil no solamente ensangrentaba nuestra patria y afectaba la economía, sino que también dividía a las familias. Tres de mis hermanos
Pertenecían al ejército nacional, mientras que otro de ellos luchaba en el bando contrario. Este último adquirió cierto nombre bajo el seudónimo de «comandante Johnson».
Cuando eran niños, mis hermanos jugaban juntos y ocasionalmente asistían a la iglesia, pero al crecer las ideologías políticas los dividieron al punto que tomaron caminos diferentes. El caso de nuestros hermanos fue bien conocido, llegando a tipificar el problema de la división familiar en mi país. Periodistas de diversos países escribieron artículos y libros acerca de una familia que había sido fraccionada por la guerra.
En cierta ocasión dos de mis hermanos se enfrentaron en un combate armado. Después de algunos minutos se reconocieron, y ordenaron el "alto el fuego". Durante algunas, horas hubo una tregua. El comandante Johnson dijo «No tiene sentido estar peleando entre hermanos». Luego mis hermanos se abrazaron y lloraron. Por un momento pusieron a un lado sus diferencias ideológicas y hablaron de las cosas que los unían como familia.
¿Qué podía hacer mi madre, una mujer sencilla, para mantener unida a su familia? A pesar de las diferencias ideológicas que mantuvieron separados a mis hermanos durante diez años de guerra civil, hubo algo que los guió y ayudó: las oraciones y el amor de mi madre. Ella nunca dejó de orar por ellos.  A diario derramaba sus lágrimas y súplicas delante del Señor para que protegiera a sus hijos y los mantuviera a sus hijos en el amor familiar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Dorys Esther Fley

PRIMERO LO PRIMERO


Señor; de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré ante ti y esperaré. Salmo 5:3, NRV2000

Una maestra debía narrar la historia del diluvio a los niños de su clase. Sabía que para mantener la atención de ellos debía representar esa catástrofe en vivos detalles. Y así lo hizo. Luego animó a sus alumnos a hacerle cualquier pregunta sobre el tema. Entonces una niña levantó su mano.
Maestra, ¿lo primero que hizo Noé cuando salió del arca fue adorar a Dios?
Sí, cariño — respondió la maestra — . ¿Hay algo malo en eso?
O sea que Noé y sus hijos tuvieron que arrodillarse en el fango — replicó la
niña  — . ¿Se imagina lo sucios que quedaron? (Helmut Thielicke, How the World
fíegan [Cómo comenzó el mundo], p. 262).
Llama la atención que la primera acción de Noé al salir del arca, fue «construir un altar en honor del Señor» (Gen. 8:20). Si se arrodilló o no, el relato no lo dice, pero lo que sí está claro es que al construir un altar para Dios, Noé demostró de qué manera estaban organizadas sus prioridades: Dios ocupaba el primer lugar.
A pesar de haber estado tanto tiempo dentro del arca, Noé no salió en busca de provisiones para alimentarse, o material para construir un refugio temporal donde pasar la noche. Lo primero que hizo fue adorar a Dios y darle gracias por haberte dado la oportunidad de comenzar de nuevo. Por lo tanto, nada tiene de raro que se haya arrodillado en el fango. Como tampoco sorprendería saber que sobre ese altar sacrificó, no los animales enfermos, sino lo mejor de lo mejor.
¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida? Una manera sencilla de saberlo es preguntando qué es lo primero que haces al despertar al nuevo día. ¿Enciendes el televisor para enterarte de las noticias de última hora? ¿Echas mano de los libros para dar los últimos toques a las tareas escolares? ¿Corres a realizar tu aseo personal y a preparar el desayuno?
Noé y los grandes personajes de la Biblia nos enseñan que Dios merece el primer lugar en nuestra vida y lo mejor de nuestro tiempo, recursos y talentos. ¿Qué tal si te propones, entonces, comenzar cada día en comunión con tu Padre celestial?
¿Y por qué no terminarlo también de esa manera?
Padre celestial ayúdame a darte lo primero y lo mejor de mi tiempo y de mi vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

PERDONAR A LOS DEMÁS


«Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan» (Salmo 86:5).

Jesús contó la historia de un funcionario que le debía al rey una enorme cantidad de dinero: diez mil talentos. Un talento era una medida de peso, no una moneda, y su valor dependía de la pureza de los metales preciosos utilizados en su acuñación. Si tomásemos como referencia el talento de plata griego, diez mil talentos equivaldrían a unos siete millones y medio de dólares. Jesús estaba indicando que la cantidad debida estaba fuera del alcance de cualquier capacidad humana para pagarla. Además, en aquel tiempo, una persona no podía declararse en quiebra.  El rey tenía potestad para ordenar que se liquidaran todos sus bienes y que tanto el deudor como su familia fueran vendidos como esclavos. Y eso es lo que pasó.
Pero entonces el rey cedió, reconociendo la magnitud de la deuda, y perdonó al siervo. Cuando el siervo perdonado salió, se encontró con un conocido que le debía una pequeña cantidad de dinero. A pesar de que el desdichado le aseguró al siervo que pagaría la suma, el ingrato hizo que lo encarcelaran.
Cuando el rey oyó lo que el siervo desagradecido había hecho, lo llamó de nuevo y dijo: «Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?» (Mat. 18:32,33). Aquí el mensaje es que, para recibir el perdón de Dios, perdonar a los que nos han ofendido es condición indispensable.
Un sábado, después que hube predicado un sermón sobre el perdón, una mujer se me acercó y dijo:
—Pastor, tuve algunos problemas con una amiga y la perdoné. Pero tengo la sensación de que ella no me perdonó.
La consolé:
—Eso está bien, hermana; al menos usted la perdonó. Ahora ya puede seguir adelante con la vida.
—Pero, pastor —insistió—, no me ha perdonado.
Lo intenté de nuevo:
—Está bien, entiendo. Pero me alegro de que al menos usted la haya perdonado a ella.
Ella insistió:
—Pero es que ella no me ha perdonado y se supone que tiene que hacerlo...
A estas alturas yo empezaba a sospechar que esa hermana solo estaba dispuesta a perdonar si la otra persona decía que lo sentía.
La Palabra de Dios nos ordena perdonar a pesar de la actitud de la otra persona. ¿Y qué pasa si la otra persona no nos perdona? Ese es su problema, no el nuestro. Basado en Mateo 18: 21-35

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

martes, 29 de mayo de 2012

¡HAY QUE DOLOR DE ESPALDA!


«La espalda me arde de fiebre; ¡tengo enfermo todo el cuerpo!» (Salmo 38:7).

¡Ay, ay, ay! Me duele la espalda. Desacelera un poco, compañero de aventuras. Parece que David también tenía problemas con su espalda, pues dice que le ardía.
¿Conoces a alguien que sufra de la espalda? La espalda puede doler por muchas causas, como dormir en una cama que sea muy dura o muy blanda, levantar cosas pesadas inadecuadamente, e incluso por pararnos de mala manera. Así como lo oyes, pararnos indebidamente puede hacer que nos duela la espalda.
La manera en que nos paramos se llama «postura». Es importante que nos paremos erguidos. Esto no solo hace que respiremos mejor, sino que mantiene los músculos de nuestra espalda en su posición correcta. Si andamos siempre encorvados podemos dañar seriamente nuestra espalda.
Permanecer erguidos por Jesús también puede ayudarnos a evitar muchos problemas. Dios nos dice en la Biblia que permanezcamos alejados de Satanás y del pecado. Él sabe que si nos acercamos mucho al pecado este nos «encorvará», causando dolor y tristeza. Permanece erguido y firme por Jesús para que jamás te quejes de un «dolor de espalda»,

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

AL CUIDADO DE DIOS


He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros. (Isaías 49:16).

¡Qué maravillosas promesas y qué seguridad nos ofrece la Santa Biblia! La Palabra de Dios nos asegura que contamos con la amplia protección divina.
En marzo del año 2006 mi esposo salió muy temprano en la mañana para someterse a algunos exámenes médicos en el hospital de la localidad. Mientras regresaba a casa en su bicicleta, un auto lo chocó por detrás. Él recuerda cómo salió despedido, para luego caer al pavimento donde quedó inconsciente. Después de un buen rato recobró el conocimiento ya en el hospital. Allí le hicieron radiografías y varias pruebas que únicamente diagnosticaron un golpe en la cabeza. Creo que Dios hizo un milagro para que un hombre de su edad no sufriera daño cerebral alguno tras aquel accidente. Dios aparentemente colocó un colchón en el lugar donde aterrizó mi esposo, pues no sufrió ninguna fractura.
Hermana, ojalá podamos confiar siempre en la hermosa promesa de que el Señor no permitirá que nuestros pies siquiera tropiecen con una piedra. «La ternura de Dios para su pueblo, su incesante cuidado, las riquezas de la sabiduría de los métodos que empleó para conducirlos hacia él, demandan nuestras ofrendas de gratitud, expresadas en la más ferviente dedicación para servirle con toda la humildad de la mente y contrición del alma. El Señor es bondadoso y quiere que su pueblo represente su bondad amante, reconociendo a Dios en felices acciones de gracias. Todos los que aprecien los favores de Dios serán un pueblo feliz» (A fin de conocerle, p. 128).
«"Dios es amor" está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que su perfección perfuman el ambiente, los grandes árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todo ello atestigua el tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y su deseo de hacer felices a sus hijos» (El camino a Cristo cap. 1, p. 15).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Débora Sobón 

FRACASARON EN EL «EL EXAMEN»


¿Y quién es mi prójimo? Lucas 10:29

El siguiente relato nos lo cuenta Alice Gray, y tiene como protagonistas a un grupo de estudiantes que tenían que presentar un importante «examen». Mientras esperaban que comenzara la prueba, apareció en el salón de clases alguien para avisarles que el profesor los estaba esperando en el gimnasio. Sin pérdida de tiempo, salieron en esa dirección. Cuando pasaron al frente del hospital vieron a un hombre ciego que caminaba con dificultad. Todo parecía indicar que necesitaba ayuda, pero el grupo siguió de largo.
Más adelante, pasaron cerca de una señora que cargaba un bebé en un brazo, mientras que en el otro llevaba varios libros. De repente los libros se le cayeron. Con dificultad, la señora trató de recogerlos, pero ningún alumno se detuvo a ayudarla.
Luego se toparon con un perro atado a un árbol. El animalito trataba desesperadamente de acercarse a un recipiente de agua, pero el largo de la cadena no se lo permitía. Los estudiantes se percataron del problema, pero siguieron de largo. Por último, vieron a un hombre que cerraba la puerta de su auto sin notar que estaba dejando encendidas las luces de los faros. También se percataron, pero ninguno le dijo nada.
Cuando los estudiantes llegaron al gimnasio, el profesor ya los estaba esperando. Después de algunos minutos, el profesor hizo una seña con la mano. Entonces entraron al salón el ciego, la madre con su bebé, una joven con el perro que estaba atado al árbol y el conductor que había dejado las luces del automóvil encendidas.
Estas personas habían sido cómplices en un experimento para determinar cuan dispuestos estaban los estudiantes a brindar ayuda a alguien necesitado cuando sus propios intereses estuvieran de por medio. La preocupación por llegar a tiempo al examen los absorbió tanto que nadie se detuvo a ayudar. Lo que no sabían era que el «examen» consistía en probar quiénes habían entendido bien la parábola del Buen Samaritano. Todos fracasaron (Storiesfor the Extreme Teen's Heart [Relatos para el corazón del adolescente radical], pp.56,57).
Alguien podría necesitar de ti hoy. ¿Lo ayudarás? ¿O estarás tan concentrado en tus propios asuntos que ni siquiera te darás cuenta?
Dios mío, ayúdame a ser sensible a las necesidades de mi prójimo, incluso cuando esto signifique salirme del camino.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

ORACIONES CORTOCIRCUITADAS


«Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas nosotros a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonara vuestras ofensas» (Mateo 6:14,15) 

El amor de Dios es incondicional porque él es así; Dios es amor. Sin embargo, su relación, su interacción o su conexión, con los que ama sí es condicional. Muchos textos ilustran esta idea, pero los dos que nos resultan más familiares son:
Juan 1:12: «Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios».  El Señor desea intensamente llamar hijos suyos a todas las personas de la tierra, pero esa prontitud tiene un único límite: la elección humana. Solo aquellos que lo reciben pueden ser llamados así. 
Apocalipsis 3: 20: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo». El único límite al ofrecimiento de Cristo para entrar en nuestro corazón procede de nuestra predisposición a escuchar su voz y abrirle la puerta.  Es imposible mantener una relación con alguien que se niega a mantener un contacto.
La oración es nuestra conexión con Jesús e incluye tanto la interacción entre Jesús y como de unos con otros. Como cualquier cable  eléctrico, la conexión se puede cortar. Por otra parte, si existe alguna circunstancia negativa, las oraciones pueden cortocircuitarse. ¿Cuál es esta circunstancia negativa? Es el pecado. «Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios y vuestros pecados han hecho que oculte de vosotros su rostro para no oíros» (Isa. 59:2).
¿Qué puede reparar esa conexión cortada? El perdón. Jesús ha prometido que si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar (1 Juan 1:9). No obstante, también dijo: «Pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mat. 6:15).
Jesús dijo: «Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda» (Mat. 5:23,24).
Mantenga su conexión con Dios en buen estado. «Perdonad, y seréis perdonados» (Luc. 6:37). Basado en Mateo 18:21-35

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill