martes, 13 de octubre de 2009

NO LO VEMOS

Respondiendo Jesús, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» Y el ciego le dijo: «Maestro, que recobre la vista». Y Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino. Marcos 10: 51, 52.

Esta es la inspiradora historia del ciego Bartimeo. Aquí se ven las peculiaridades de la historia de los Evangelios. En Mateo 20: 29 dice que eran dos ciegos. Pero aquí y en Lucas 18: 35 dice que era uno solo. Nuestro texto de hoy proporcióna una valiosa información. Dice que el ciego se llamaba Bartimeo. Hay quienes aseguran que esa palabra significa "hijo de Timeo", es decir, "hijo de un ciego". El ciego Bartimeo era hijo del ciego Timeo.
Bartimeo preguntó qué ocurría, pues el gentío que se movía a su alrededor no era normal en Jericó. Cuando le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por la ciudad, Bartimeo se estremeció. Hacía tiempo que esperaba esta oportunidad. Jesús estaba cerca y él creía que podía devolverle la vista. Sin perder tiempo, sin ninguna inhibición comenzó a gritar: «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí». Los gritos eran estridentes, casi ofensivos, para un personaje tan importante como Jesús de Nazaret, quien se encontraba en el apogeo de su fama y de su popularidad. La gente comenzó a reprenderlo, diciéndole que se callara. Pero Bartimeo no estaba dispuesto a desaprovechar mi única oportunidad de ser sanado por Jesús, y siguió gritando.
«Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle». ¡Qué gloriosa oportunidad! La Biblia Reina-Valera dice: «Él, arrojando su capa, se levantó». Pero la Biblia de Jerusalén dice que Bartimeo «dio un brinco» para acercarse a Jesús.
«Era el hijo ciego de un padre ciego, lo cual empeoraba el caso, y hacía la curación más maravillosa, y, así, más apropiada para tipificar la curación espiritual realizada por la gracia de Cristo en aquellos que no solo nacieron ciegos, sino de padres que eran ciegos» (Mattbew Henry's Commentary, t. 5, p. 423).
Después de caminar entre sombras, abrir los ojos y observar el rostro de Jesús y las cosas maravillosas de este mundo tiene que ser algo indescriptible. Es algo similar a lo que sucede cuando acudimos a Dios en oración y rogamos: «Señor, ten piedad de mí, que soy pecador», y Dios responde con su inigualable misericordia.
El ruego de Bartimeo fue: «Maestro, quiero ver». ¿Por qué no hacemos una petición así de sencilla? Necesitamos ver la voluntad de Dios en nuestra vida; necesitamos ver las necesidades físicas y espirituales de quienes nos rodean y, sobre todo, necesitamos ver nuestros pecados. Gritemos, como Bartimeo, «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí».

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.

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