«El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudado» (Mateo 13:33).
Cuando nuestros hijos eran pequeños, mi esposa solía hacer pan; no solo uno o dos panes a la vez, sino cinco o seis. También hacía pan dulce para el desayuno de los sábados.
Yo también intenté hacer pan. Aunque siempre seguí las instrucciones al pie de la letra, por lo general, el pan nunca me subía. El problema no era ni la harina de trigo ni la levadura, sino yo. Las instrucciones dicen que es preciso dejar que la levadura seca «crezca». Esto se consigue diluyéndola en un poco de agua tibia y añadiéndole algún azúcar como, por ejemplo, miel. Entonces, la levadura empieza a crecer y, cuando ya está lista, se vierte en la harina. Sigue el amasado. Mediante este proceso, la levadura se mezcla a conciencia con la harina. Cuanto más se amasa el pan, mejor se mezcla la levadura.
Luego la masa se reserva en un lugar cálido. Allí la levadura continúa creciendo, pero ahora leuda la masa. Cuando el proceso de leudado finaliza, se da forma de pan a la masa y se introduce en el horno. Esto debe hacerse con cuidado o la masa puede venirse abajo.
Jesús contó una parábola que habla de la fabricación de pan. «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado».
Si se sabe cómo hacer pan, esta parábola no es difícil de entender. En primer lugar, la levadura no es pintada o rociada sobre la masa, se mezcla con ella. De la misma manera, para que el evangelio sea eficaz es preciso amasarlo con la vida. Otro aspecto obvio es que, así como la levadura hace que una masa aumente de volumen, la persona que tiene la levadura del evangelio crecerá y se expandirá espiritualmente; hasta el punto que los demás notarán la diferencia.
Antes he mencionado mi torpeza en la fabricación de pan. Creo que se debía a que la levadura no se había mezclado bien y, como resultado, mi pan parecía un ladrillo. Si se lo permitimos, el Espíritu Santo mezclará el evangelio con nuestras vidas. De lo contrario, nuestra vida parecerá un ladrillo.
Señor, haz que el Espíritu Santo no deje de mezclar el evangelio en mi vida. Basado en Mateo 13:33
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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