martes, 19 de junio de 2012

LA META


Deléitate asimismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón (Salmo 37:4).

Hace algunos años se decidió enfatizar el poder de la oración en el territorio de nuestra Unión.  Cada sábado se llevaba a cabo un programa especial en algunas de las iglesias de una zona o distrito. Era una gran bendición asistir a aquellas reuniones de oración.
En horas de la tarde se brindaba la oportunidad a todo el que quisiera de pasar al frente. En breves palabras podrían relatar las maravillas que el Señor había obrado en  su vida. Creo que si quisiéramos recoger dichos relatos se necesitaría escribir varios libros.
Un día me sentí muy impresionada por el testimonio de una niña a quien llamaremos Cristina. Ella relató cosas sencillas y simples que en ocasiones podríamos considerar poco importantes, pero que para aquella niña tenían gran valor.
Desde pequeña Cristina observaba la forma en que algunos de sus compañeros sobresalían en los estudios. Por lo tanto, un día decidió que su nombre pronto estaría en el cuadro de honor de su escuela. Se esforzó mucho y sus calificaciones comenzaron a mejorar.  Reconoció entonces que podría alcanzar su objetivo si se esforzaba y ponía todo su empeño en ello. El desafío mayor llegó al concluir el octavo curso. El alumno con mejor índice académico sería elegido para dar el discurso de graduación. Cristina deseaba ser ella quien lo diera, y le dijo a Dios: «Señor, yo sola no podré lograrlo, pero si tú me acompañas y me iluminas sé que lo conseguiré». El Señor contestó aquella petición y, para sorpresa de sus padres y amigos que no conocía su trato con Dios, fue ella quien aquel día presentó el discurso.
Cristina agradeció a Dios toda su ayuda. Estaba convencida de que sin ella nunca habría alcanzado su objetivo.  Aquella oración contestada le sirvió también para aumentar su fe en el Señor y para depender más de él. Nuestro texto de hoy dice que él nos concederá las peticiones de nuestro corazón. Aprendamos a depender de Dios y seremos felices.  Decía el escritor cristiano Braulio Pérez Marcio: «Los que dan a Dios lo primero, lo último y lo mejor, son las personas más felices del mundo».
Querido Padre, ayúdame a conocerte mejor y a deleitarme en tu dulce amor. Gracias porque nos amas y suples nuestras necesidades; así también por concedernos los deseos de nuestro corazón.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Belkis Alcántara de Acevedo 

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