Más vale ser pobre que mentiroso. Proverbios 19:22, NVI
¿Recuerdas a Pinocho? Cuando el hada madrina le pregunta a Pinocho por unas monedas de oro, él responde que las perdió, aunque en realidad las tiene en el bolsillo. Al instante, su nariz comienza a crecer. Cuando el hada le pregunta dónde las perdió, él responde que en el bosque. Y su nariz sigue creciendo. Cuando el hada lo invita a buscar las monedas, él aclara que no las perdió, sino que se las tragó. Y la nariz sigue creciendo. Tanto crece, que el hada comienza a reírse. Cuando Pinocho le pregunta por qué se ríe, ella le contesta que se ríe porque sabe que él está mintiendo. Cuando Pinocho pregunta cómo lo sabe, ella responde que hay dos clases de mentiras: las de patas cortas y las de narices largas.
Las de Pinocho, obviamente, eran las de narices largas.
¿Te imaginas lo que ocurriría si cada vez que la gente mintiera la nariz les comenzara a crecer? ¡Qué sería de los políticos! ¡Y de algunos vendedores! Más importante aún, ¿de qué tamaño tendrías tú la nariz? ¿Y yo? No harían falta los detectores de mentiras.
¿Por qué mentimos? En el fondo, para proteger nuestro ego. Para no quedar mal ante la gente que nos aprecia, para salir de algún aprieto. Es decir, para obtener algún beneficio personal. Pero la verdad sea dicha: la mentira no beneficia a nadie porque cada vez que mentimos, estamos engañando a alguien.
Piensa en esto: ¿Cómo puedes confiar en una persona que con frecuencia te miente? ¿O cómo podría la gente creer en ti si ya te han descubierto en varias mentiras? La mentira rompe relaciones: enfrenta a los hermanos, divide a los amigos, separa a las parejas. Todo lo contrario ocurre cuando somos veraces: reina la confianza, las relaciones se fortalecen y, lo más hermoso, honramos el nombre de nuestro Señor Jesús, de quien dice la Escritura que es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).
Conclusión: Hay que decir la verdad. Porque somos hijos de Dios, quien no miente (ver Tito 1:2); porque nada tenemos que ver con el diablo, el padre de toda mentira (ver Juan 8:44); y porque, pensándolo bien, siempre vale la pena decir la verdad, ¡aunque duela!
Padre celestial, ayúdame a decir siempre la verdad, y a tener el valor necesario para enfrentar las consecuencias.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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