martes, 24 de julio de 2012

PEQUEÑA Y VENENOSA


Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! (Santiago 3:5).

La mayor parte de nosotros tiene la tendencia a ver mejor que hay en nuestras vidas y a resaltar lo peor que creemos existe en las vidas de los demás. Es más, a menudo encontramos que es más fácil reprochar que elogiar a alguien.
Se cuenta de una mujer que calumnió a su pastor. Arrepentida, fue a pedirle perdón. El pastor la perdonó, no sin antes entregarle un sobre que contenía un puñado de plumas. Le pidió que saliera a la calle, se parara frente a la iglesia y soltara las plumas al aire. Tras haber seguido las indicaciones del ministro, la dama regresó para decirle que había cumplido con su petición. Esta vez, el pastor le entregó un sobre vacío y le pidió que regresara al lugar donde había soltado las plumas, y que recogiera hasta la última de ellas.
La mujer cumplió nuevamente con las indicciones recibidas. Sin embargo, se dio cuenta de que era imposible encontrar todas las plumas, por lo que trajo de vuelta el sobre prácticamente vacío. Entonces, el ministro comento: «Después de que se lanzan calumnias o críticas destructivas, es imposible reparar todo el daño causado».
Es interesante notar que el versículo de hoy afirma que la lengua puede hacer grandes daños. Esto quiere decir que todos en algún momento quizá hayamos hecho declaraciones que han causado daño. ¡Es muy fácil repetir, comentar, exagerar o criticar alguna acción o falta ajena! Muchas veces pensamos que estamos autorizados para hablar o repetir algún hecho. Sin embargo, si lo que vamos a decir no es edificante, ¿para qué repetirlo?
Hemos de desarrollar el hábito de ver cualidades en el prójimo y de hablar bien de los demás. La Palabra de Dios aconseja repetidamente no murmurar, juzgar o criticar a los demás. No usemos la lengua para engrandecer el mal. Utilicémosla para expresar bendición, gloría y alabanza a nuestro Creador, y para reconocer lo bueno en nuestros seres amados y en nuestros semejantes.  Hermana mía, no permitamos que la lengua se apodere de nuestra vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Dalia Castrejón-Castro

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