jueves, 28 de febrero de 2013

ESPERA CON PACIENCIA


El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! Invoco al Señor, que es digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos. Salmo 18:2

¿Has tenido alguna vez la impresión de que Dios no escucha tus oraciones? ¿Qué no responde a los gritos de tu corazón? He vivido esta experiencia algunas veces en mi vida y comparto tu sentir. Es algo realmente angustioso. Cuando esto sucede nos sentimos lejos de Dios, y el alma a oscuras busca un rayito de luz para poder seguir viviendo.
Posiblemente Sara vivió una experiencia semejante. Pasó los años de su juventud esperando el ansiado milagro de un hijo, y este nunca llegó. Su ilusión de mujer se desvaneció. Las oraciones se acabaron y su fe languideció.
Seguramente pensó que tal acontecimiento nunca sucedería, y el rayito de luz que la sostenía en la esperanza se apagó cuando pasó de la adultez al climaterio de su vida de mujer, y se vio convertida en una anciana. Entonces decidió entregar su maternidad frustrada a su esclava, pensando que había llegado el final de sus sueños.
Sin embargo, Dios tenía un recurso que ella no recordaba en medio de su dolor, y es el hecho de que, en su omnisciencia, el Señor puede hacer posible lo imposible, cuando conviene a nuestro bienestar y a su voluntad.
Sara vio culminado su sueño cuando, resignada a su suerte, dejó de luchar; cuando comprendió que sus «soluciones» eran infructuosas, cuando fue capaz de darse cuenta de que sobre la tierra no hay poder .más grande que su propio dueño. ¡Imagínate la sorpresa que se llevó cuando sus criadas le confirmaron la esperada noticia! Seguramente cayó sobre sus rodillas y alabó al Señor de todo corazón.
Amiga, es cuando has llegado a un momento como ese que Dios puede actuar sobre tus problemas y congojas. Cuando lo has intentado todo, cuando ya no te quedan recursos personales, cuando te reconoces incapaz frente a tus dificultades. Cuando creas que no hay solución, apóyate en Dios, reconócelo como tu Salvador y, sobre todo, espera con paciencia que su bendita voluntad sea manifestada en tu vida.
Medita en esta maravillosa promesa que Dios tiene para ti en este día: «Bueno es el Señor; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían» (Nah. 1:7).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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