Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Mateo 12:28.
En las poderosas obras de Cristo había suficiente evidencia para convencer a cualquiera. Pero los dirigentes judíos no querían la verdad. No podían dejar de reconocer la realidad de las obras de Cristo, pero las condenaron todas. Se vieron obligados a reconocer que un poder sobrenatural estaba presente en su obra, pero dijeron que su poder provenía de Satanás. ¿Será que en efecto creían esto? No, pero estaban tan resueltos a impedir que la verdad los condujera a la conversión, que le adjudicaron la obra del Espíritu de Dios al diablo...
¡Redentor todo compasivo! ¡Cuál amor, cuál amor incomparable es el tuyo! Acusado por los grandes hombres de Israel de hacer sus obras de misericordia por el poder del príncipe de los demonios, fue como uno que no ve ni oye. La obra que él vino a hacer desde el cielo no debe quedar incompleta. La verdad debe ser revelada a la humanidad. La Luz del mundo debe hacer fulgurar sus rayos en la oscuridad del pecado y la superstición. La verdad no encontró lugar en los corazones de los que debieron haber sido los primeros en recibirla, porque estaban atrincherados en el prejuicio y la incredulidad malvada. Entre los que no tenían privilegios tan exaltados, Cristo preparó los corazones para que recibieran su mensaje. Hizo odres nuevos para el vino nuevo.
El Dios del cielo dota cada verdad con una influencia proporcional a su carácter e importancia. El plan de redención, de valor supremo para un mundo perdido y arruinado, había de ser proclamado, y el Espíritu de Dios en Cristo Jesús entró en contacto vital con el corazón del mundo...
La verdad fue proclamada por Cristo. Los corazones de los que profesaban ser los hijos de Dios se atrincheraron contra ella, pero quienes no habían sido tan privilegiados, los que no estaban vestidos con los mantos de la justicia propia, fueron atraídos hacia Cristo...
Hoy Satanás lucha por ocultar del mundo el gran sacrificio expiatorio que revela el amor de Dios y las demandas vigentes de su ley. El guerrea contra la obra de Cristo... Pero mientras lleva a cabo su obra, las inteligencias celestiales se están combinando con los instrumentos humanos de Dios en la obra de la restauración.— Review and Herald, 30 de abril de 1901.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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