“Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré, porque formidables y maravillosas son tus obras; estoy maravillado y mi alma lo sabe muy bien” (Salmo 139:13, 14).
La perfección de
la maquinaria humana es siempre motivo de asombro. Una mirada detallada a
cualquier sistema orgánico nos abrirá la puerta a un microcosmos misterioso e
infinito. Pensemos en una simple pregunta con respuesta:
—¿Cómo se llama
el jefe de ventas?
—Su nombre es
Alvaro.
Las terminales
nerviosas del oído interno reciben las vibraciones sonoras y las transforman en
impulsos eléctricos. Por medio de los neurotransmisores, las señales pasan de
neurona a neurona a través de la intrincada comunicación sináptica. La
comunicación ocurre simultáneamente en ambos lados del cerebro hasta alcanzar
sendas áreas auditivas. De este modo, la persona “oye” el sonido de las
palabras y rápidamente procede a comprenderlo. Para ello, neuronas
especializadas transmiten señales dirigidas a la corteza cerebral concretamente
al área de Wernicke, que “entiende” el mensaje. A partir de ahí, el cerebro
necesita evocar el nombre del jefe de personal.
Nuevas células
nerviosas por medios eléctricos y químicos se ponen en funcionamiento para
localizar el nombre. No existe una zona específica de almacenamiento de datos,
sino que estos están dispersos en diversas ubicaciones. Una vez hallado, el
nombre ha de ser emitido usando un código fonético. Las instrucciones fonéticas
corresponden al área de Broca, en el lóbulo frontal izquierdo, y de ahí la
información se desplaza al área motriz de la corteza, pues solo esta zona
cerebral puede dar órdenes a los músculos y órganos de la fonación (cuerdas
vocales, laringe, lengua, etc.). Así viene la respuesta: “Su nombre es Alvaro”.
Cualquier
conducta o función orgánica del ser humano tiene una enorme complejidad. Detrás
de ella está la inteligencia infinita de nuestro Creador. El texto de hoy
describe una acción personalizada y llena de amor: “Tú formaste mis entrañas”.
Amigo lector, Dios conoce cada una de las células de tu cuerpo porque él las ha
creado y las ha formado. El resultado es el ser único e irrepetible que tú
eres: privilegiado y especial, creado para honrar al cielo y servir al prójimo.
Agradece al Señor
por las muchas dádivas recibidas. Aunque, como cualquier otra persona, tengas
debilidades, las virtudes que él te concede las sobrepasan. Es más, el Creador
cuenta con todo lo que necesitas para suplir tus deficiencias: “Mi Dios, pues,
suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”
(Fil. 4:19).
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020
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