Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve (Salmo 51:7).
Para comenzar, debo confesarles que no soy muy buena cocinera. Parte de la responsabilidad por esto la tiene el hecho de que tuve que trabajar toda mi vida. Durante 25 años trabajé escribiendo informes judiciales. Por algún tiempo trabajé desde mi hogar, cuando mis hijos eran pequeños. Pero, inclusive durante esa época mis comidas eran muy sencillas: algo de proteína, vegetales verdes, amarillos, una ensalada y pan integral.
En la actualidad, mi esposo y yo estamos jubilados, y pasamos los meses de invierno "acampando" en una pequeña caravana en el centro de Florida, Tenemos dos cuchillos, dos tenedores, seis cucharas, dos tazones, ollas y sartenes. Preparo una comida simple, me siento y espero que se cocine. Un día, sentí que algo se quemaba (mis ojos no ven muy bien, mis oídos no escuchan a la perfección, ¡pero mi olfato funciona de maravillas!). Cuando saqué la olla de la hornalla, vi que el fondo estaba negro. ¡Oh. no! ¡No otra vez! Después de salvar lo que había en la superficie, llené la olla con agua fría y la dejé en remojo mientras almorzábamos. Luego, me tomé el trabajo de sacar toda la costra negra. ¡No fue fácil! Usé una esponja de metal, un cepillo, líquidos limpiadores... y continué fregando. La última vez que esto ocurrió, la olla estaba tan negra que pensé que tendría que comprar una nueva. Pero, después de mucho trabajar, el fondo estaba limpio y brillante.
El mismo problema se repite en mi vida espiritual. Cada mañana, en mi momento de devoción digo al Señor: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119:11). Sin embargo, durante el día me encuentro repitiendo algún mal hábito. Por las noches, caigo sobre mis rodillas y ruego al Señor que su misericordia cubra mis pecados y me limpie. No es que él se haya olvidado, soy yo la que ha cometido los desastres, y él, una vez más, está dispuesto a limpiarme. Leo las promesas en su Palabra, y encuentro seguridad. El entiende nuestra debilidad y perdona nuestras faltas gratuitamente. Como asegura Jeremías 33:8: "Yo los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron". ¡Qué maravilloso Salvador es Jesús el Señor!
Para comenzar, debo confesarles que no soy muy buena cocinera. Parte de la responsabilidad por esto la tiene el hecho de que tuve que trabajar toda mi vida. Durante 25 años trabajé escribiendo informes judiciales. Por algún tiempo trabajé desde mi hogar, cuando mis hijos eran pequeños. Pero, inclusive durante esa época mis comidas eran muy sencillas: algo de proteína, vegetales verdes, amarillos, una ensalada y pan integral.
En la actualidad, mi esposo y yo estamos jubilados, y pasamos los meses de invierno "acampando" en una pequeña caravana en el centro de Florida, Tenemos dos cuchillos, dos tenedores, seis cucharas, dos tazones, ollas y sartenes. Preparo una comida simple, me siento y espero que se cocine. Un día, sentí que algo se quemaba (mis ojos no ven muy bien, mis oídos no escuchan a la perfección, ¡pero mi olfato funciona de maravillas!). Cuando saqué la olla de la hornalla, vi que el fondo estaba negro. ¡Oh. no! ¡No otra vez! Después de salvar lo que había en la superficie, llené la olla con agua fría y la dejé en remojo mientras almorzábamos. Luego, me tomé el trabajo de sacar toda la costra negra. ¡No fue fácil! Usé una esponja de metal, un cepillo, líquidos limpiadores... y continué fregando. La última vez que esto ocurrió, la olla estaba tan negra que pensé que tendría que comprar una nueva. Pero, después de mucho trabajar, el fondo estaba limpio y brillante.
El mismo problema se repite en mi vida espiritual. Cada mañana, en mi momento de devoción digo al Señor: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119:11). Sin embargo, durante el día me encuentro repitiendo algún mal hábito. Por las noches, caigo sobre mis rodillas y ruego al Señor que su misericordia cubra mis pecados y me limpie. No es que él se haya olvidado, soy yo la que ha cometido los desastres, y él, una vez más, está dispuesto a limpiarme. Leo las promesas en su Palabra, y encuentro seguridad. El entiende nuestra debilidad y perdona nuestras faltas gratuitamente. Como asegura Jeremías 33:8: "Yo los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron". ¡Qué maravilloso Salvador es Jesús el Señor!
Rubye Sue
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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Autora: Ardis Dick Stenbkken