«¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero las señales de los tiempos
no podéis distinguir!» (Mateo 16: 3).
Hay un pequeño poema que dice algo parecido a esto:
Treinta días tiene noviembre
con abril, junio y septiembre;
veintiocho solo uno
y los demás treinta y uno.
Si el año bisiesto fuere, ponle a febrero veintinueve.
¿Por qué, cuando el año es bisiesto, ese día de más cae en febrero? Ese día se añade para que el número de días del año refleje con más precisión la traslación de la Tierra alrededor del Sol. El tiempo exacto que tarda nuestro planeta en dar una vuelta alrededor del Sol es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Esto significa que el año del calendario es ligeramente más corto que el año solar. Por tanto, siguiendo una fórmula precisa de cálculo, cada cuatro años se añade un día al mes de febrero. A ese año lo llamamos bisiesto.
Quizá le interese saber que detrás del origen de los años bisiestos, en el año 45 a.C., se encuentra Julio César. Sin embargo, existen registros de ajustes calendarios llevados a cabo por los faraones egipcios.
Cierto día, los fariseos le pidieron a Jesús que les diera una señal del cielo que indicara que él era el Mesías. Jesús respondió: «¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero las señales de los tiempos no podéis distinguir!» (Mat. 16:3).
Si esa misma pregunta se formulara hoy, 29 de febrero de 2012, Jesús respondería: «¡Hipócritas, que se preocupan por la precisión del calendario pero no se dan cuenta de que viven los últimos días de la historia de este mundo! Dejen de pensar tanto en su calendario y ocúpense más de prepararse para mi segunda venida».
Sí, quizá sea recomendable que el calendario y el año solar estén sincronizados; pero que, con la ayuda del Espíritu Santo, mantengamos sincronizada nuestra vida con la Palabra de Dios es de importancia eterna. La pregunta que tenemos que formulamos a diario no es: «¿Qué día es hoy?», sino: «¿Mi vida refleja hoy y cada día la voluntad de Dios?».
Padre mío que estás en los cielos, haz que las palabras que salgan de mi boca y la meditación de mi corazón te sean aceptables. (Basado en Mateo 16:1-4)
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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