En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros (Juan 14:2).
El cielo estaba totalmente despejado; la fresca brisa y los brillantes rayos del sol anunciaban un hermoso día. Durante toda la semana había anhelado que llegara el domingo. Pensábamos visitar a varios miembros de una de las iglesias que mi esposo pastoreaba. Para ello era necesario hacer ciertos arreglos. Preparamos algunos alimentos ligeros, así como bastante agua, ya que todo era indispensable para la larga caminata que emprenderíamos. Yo nunca había visitado aquel lugar adonde nos dirigíamos, aunque mi esposo me había contado algo respecto a lo largo del trayecto. Sin embargo, no entendía lo que aquello significaba realmente.
Otra dificultad era que nuestro hijo era pequeño y teníamos que llevarlo cargado. En cierto momento creí que habíamos avanzado mucho, por lo que le pregunté a mi esposo si estábamos cerca de nuestro destino. Su mirada lo dijo todo: apenas habíamos recorrido la mitad del camino. Sin embargo, para darme aliento me sonrió y me tomó de la mano, sosteniendo con la otra a nuestro hijo. Mientras tanto yo miraba hacia el cielo, pensando que ya no me resultaban tan agradables los rayos del sol y que la brisa, que tan suavemente me había acariciado, no lograba ahora refrescar nuestros cuerpos sudados. Me concentré en lo difícil que nos resultaba llegar a nuestro destino.
A veces pensamos que el cielo se encuentra muy lejos y que, aun cuando hemos avanzado mucho, no se divisa la ciudad eterna. Lo que antes parecía placentero se va convirtiendo en una penosa carga y las luchas y el cansancio van maltratando nuestros pies, ya heridos por el escabroso sendero.
Nunca olvidaré que aquellas vicisitudes fueron compensadas por un día maravilloso en contacto con la naturaleza y gozando de la confraternidad cristiana. De igual manera, suspiro por nuestro hogar celestial, recordando que ningún sacrificio es demasiado costoso cuando tenemos por delante una salvación tan grande. Vivir por toda la eternidad junto al amante Jesús debe estimularos a anhelar más nuestro hogar eterno.
No pierdas el rumbo ni te rindas bajo ninguna circunstancia. El viaje, por muy penoso que pueda resultar, muy pronto llegará su fin. «Porque aun un poco y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Heb. 10:37).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rut Herrera
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