No existe una forma correcta de hacer algo incorrecto. Kenneth Blanchard
La IGLESIA atrae a todo tipo de personas por todo tipo de razones. Algunos buscan una disciplina que los aparte de sus tendencias destructivas; otros tienen un concepto moral muy elevado y se sienten a gusto en un entorno religioso; muchos tienen tan grandes carencias que necesitan llenarse en la iglesia; otros hemos sido atraídos hacia una luz que nos ha sacado de nuestras tinieblas. Y cuando vemos una gran desconexión entre los actos de nuestros hermanos y la fe que profesan tener, nos decepcionamos, como si no comprendiéramos cuán diferentes son sus bagajes y antecedentes, y cuán grandes son sus luchas. Lo primero que pensamos es que son unos hipócritas, pero esto no es necesariamente así. ¿Por qué gente hace tantas cosas malas? Se me escapa la respuesta, pero sí sé que por el hecho de hacerlas, no dejan necesariamente de ser cristianos.
No digo que no haya gente “mala de verdad” en todas partes (también dentro de la iglesia), pero la mayoría no llegamos a tal extremo; solo somos gente sencilla intentando de verdad ser cristiana y luchando enérgicamente contra tendencias y tentaciones que a veces nos sobrepasan. No somos ángeles; somos personas. Imperfectas. Pecaminosas. Falibles. Hacemos cosas incorrectas, y no hay forma correcta de hacer algo incorrecto. La parte positiva de nuestra humanidad es que nos mantiene con los pies en la tierra.
¿Por qué hemos de esperar nada de nadie? ¿Por qué hemos de poner a nadie tan alto que lo despojemos de su humanidad, o colocamos a nosotras mismas tan arriba que, olvidando nuestra humanidad, nos sintamos con derecho a juzgar? El acercamiento más equilibrado que podemos tener hacia nuestros hermanos que han pecado gravemente es orar por ellos y no cerrarles el camino a la segunda oportunidad. El resto está en manos de Dios; las faltas graves de los demás no deben socavar nuestra fe.
Pablo explicó por qué hacemos cosas tan malas a pesar de parecer tan buenos: “En mi interior me gusta la ley de Dios, pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? Solamente Dios” (Rom. 7:22-25). Por eso, seamos siempre comprensivas con las luchas internas de los demás.
“Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance” (Rom. 7:21).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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