Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos. Alfred Adler
Cada mes, la sociedad Bumham de psiquiatras judíos organizaba una comida en la casa de alguno de sus socios. Siempre invitaban a profesionales e intelectuales para que dieran una charla: médicos, científicos, economistas, personalidades de los medios de comunicación… Un día se les ocurrió invitar a un rabino, un hombre que llevaba toda su vida estudiando la Torá. Lo recibieron con un gran aplauso… hasta que comenzó a hablar. De pronto, uno de los asistentes dio un salto, y empezó a gritar: “¡No lo dejen hablar! ¡No lo dejen hablar! Deténganlo… o tendré que cambiar toda mí vida”.*
Definitivamente, no es lo mismo escuchar que poner en práctica lo que escuchamos. Porque, “cuando la Palabra de Dios señala algún pecado acariciado o pide algún sacrificio, nos ofendemos. Nos costaría demasiado esfuerzo hacer un cambio radical en la vida. Miramos los actuales inconvenientes y pruebas, y olvidamos las realidades eternas. A semejanza de los discípulos que dejaron a Jesús, estamos listos para decir: ‘Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?’ (Juan 6:60, RV95)” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 28).
Claro que la Palabra de Dios es dura, porque “tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). La cuestión es: ¿estoy dispuesta a dejarme cortar hasta lo más hondo de mí, a someter a Dios todos mis pensamientos e intenciones, y a cambiarlos si él lo considera necesario?
¿De qué sirve leer la Biblia de una forma puramente intelectual, o ir a la iglesia para opinar y juzgar, si no hay un deseo de cambiar mi vida? ¿De qué sirve llorar con un sermón si lo olvido al día siguiente? Podemos vemos tentadas a disfrutar de la Palabra de Dios y de la comunión con los hermanos desde un punto de vista intelectual o emocional, pero con eso no llegaremos muy lejos. Dios apunta a transformar nuestra forma de vida. “Cristo lo dio todo por nosotros, y aquellos que reciben a Cristo deben estar listos a sacrificarlo todo por la causa de su Redentor. El pensamiento de su honor y de su gloria vendrá antes de ninguna otra cosa” (ibícL, p. 30).
“La palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma” (Heb. 4:12).
* Rabí Yaakov Weinberg, Moshe Averick {Judaica Site, 8 de marzo de 2001).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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