Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica. Salmo 66:18, 19.
Joab no había terminado su trabajo de contar a Israel cuando el rey David se sintió condenado por haber ordenado el censo. Su conciencia estaba viva; se dio cuenta de que había estado motivado por el orgullo. Arrepentido por insistir en la tarea de contar a todos los varones aptos, se volvió a Dios. En su oración de arrepentimiento, lloró: “He pecado gravemente al hacer esto… he hecho muy locamente” (l Crónicas 21:8).
No obstante esto, como el pueblo había participado del mismo pecado de orgullo, no podía evitarse el castigo general. A la mañana siguiente, el profeta Gad se abrió paso en el palacio del Rey, presentando algunas opciones de parte de Dios.
“El Señor dice que tienes tres opciones: tres años de hambruna, tres meses para ser destruido por tus enemigos o tres días de la espada del Señor, con una plaga de mortandad por toda la tierra”.
“Estoy en una situación difícil”, dijo David. “Déjame caer en las manos del Señor antes que en la de los hombres”.
La terrible plaga barrió la tierra, matando a setenta mil hombres llenos de orgullo.
La plaga no había entrado todavía en la ciudad de Jerusalén cuando David alzó la vista hacia arriba, y vio a un ángel de pie entre el cielo y la tierra, con una espada sobre la capital.
David y todos los ancianos oraron como nunca antes lo habían hecho. Ahora podían ver cuán terrible era el pecado del orgullo. David rogó a Dios que perdonara al pueblo: estaba dispuesto a asumir toda la culpa antes que ver a su pueblo sufrir. Esto realmente llamó la atención de Dios, y el ángel colocó la espada simbólica de regreso en la vaina.
El lugar donde David vio al ángel era el Monte Moriah, donde Abraham se había preparado para ofrecer a Isaac. El profeta Gad dijo a David que construyera un altar en la montaña y ofreciera sacrificios. Cuando lo hizo, el Señor respondió al Rey con fuego, consumiendo los sacrificios.
Desde aquel entonces, la cima del Monte Moriah fue considerada tierra santa. El lugar era tan sagrado para David que compró el pedazo de la propiedad y, más tarde, su hijo Salomón construyó el Templo en ese mismo lugar.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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